LEYENDA DE LAS SALINERAS DE MARAS
En lo alto de los Andes, allí donde las montañas parecen tocar el cielo y el viento susurra secretos que pocos se atreven a escuchar, se levanta la Montaña Qoripujio. De sus entrañas brota un manantial salado que, desde tiempos antiguos, alimenta las terrazas blancas de Maras. Pero los ancianos aseguran que ese manantial no es un simple regalo de la tierra: es el llanto petrificado de un hermano olvidado por la historia.
La tradición cuenta que Ayar Kachi fue uno de los cuatro hermanos enviados por el gran Dios Wiraqocha, nacidos de la cueva de Pacaritambo, para fundar el imperio que gobernaría los Andes. Poseía una fuerza extraordinaria, tan descomunal que podía partir cerros con una sola piedra lanzada al aire. Ese poder, en lugar de traer respeto, despertó un miedo profundo en sus propios hermanos, quienes comenzaron a temer que fuera él, y no ellos, quien reclamara la gloria de fundar el Tahuantinsuyo.
La envidia se disfrazó de afecto, y la traición, de consejo. Con palabras dulces y promesas engañosas, lo persuadieron de regresar a la cueva de donde habían surgido. Ayar Kachi, confiado, entró sin sospechar que lo estaban condenando. Sus hermanos sellaron la entrada, encerrándolo en la oscuridad para siempre.
Allí dentro, la furia de Ayar Kachi hizo temblar la montaña, su voz resonó como un trueno en las profundidades. Pero ninguna fuerza pudo romper la prisión de piedra. Desgarrado por la soledad, su furia se transformó en tristeza, y sus ojos comenzaron a derramar lágrimas saladas, ardientes como su dolor.
Esas lágrimas se filtraron por las entrañas de Qoripujio y dieron origen a un manantial secreto que nunca dejó de brotar. No fueron ríos que cubrieron montañas, sino un manante oculto que, con el paso del tiempo, fluyó hacia las laderas. Allí, siglos después, los hombres aprendieron a contenerlo en miles de pozas, formando un paisaje blanco y resplandeciente que aún hoy asombra al viajero: las Salineras de Maras.
Dicen que cada poza guarda un fragmento de aquel llanto, un eco del dolor de Ayar Kachi. Y cuentan también que, en los atardeceres más silenciosos, cuando el sol se oculta y la montaña se viste de oro y púrpura, el viento arrastra un susurro que parece salir de las aguas mismas: el lamento del hermano que nunca fue libre, reclamando todavía el lugar que le fue negado en la fundación del imperio.
Así, las Salineras de Maras no son solo un tesoro de la tierra. Son también un recordatorio de la fragilidad humana, de la envidia que puede torcer destinos, y de las lágrimas que, convertidas en sal, permanecen para siempre brillando bajo el sol de los Andes.
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